Wednesday, June 14, 2006

Nosotros, los Conquistados

Dicen que fue Eduardo Galeano el que dijo que los hispanoamericanos tenemos dos cosas en común: que no pronunciamos la "z" y que odiamos a los gringos. Yo no sé si es cierto, pero a mí me conviene que haya sido él, porque es el único autor famoso con el que me he tomado una foto. Hice una cola como de dos horas para lograrla, pero en la foto no se nota, hasta parece que fuéramos grandes amigos.

Se me ocurre que ese rechazo colectivo no tiene que ver mucho ni con la "z" ni con la "Dr. Pepper", sino con un pasado que no nos gusta, y al que consideramos la causa de que el presente tampoco nos guste, y el futuro... bueno. mejor empecemos por examinar ese pasado.

La historia nos la cuentan más o menos así:

Después de que Cristóbal Colón descubrió América, los españoles, encandilados ante ese nuevo mundo de riqueza, abundancia y tolerancia, se dejaron venir a disfrutarlo. Como los indios americanos eran tercos y maldispuestos y no entendían que los españoles traían consigo la civilización, la religión, la cultura y la salvación, se mostraron reacios a cooperar con los recién llegados, que tuvieron que conquistarlos con una mezcla de campañas militares, alianzas con algunos indígenas traidores, explotación de los conflictos internos, engaños y promesas de riqueza para unos y salvación eterna para otros. Terminada la conquista, se organizaron en virreinatos, capitanías y encomiendas. Donde habia indios los pusieron a trabajar, sin salarios ni aguinaldo, y donde no los habia, trajeron negros en las mismas condiciones laborales. Se convirtieron en imperio y se llevaron una barbaridad de tesoros y riquezas que luego los otros europeos, sobre todo los pícaros de los ingleses, les quitaron a ellos.

Después de unos cuantos siglos, nos independizamos de la madre patria, guiados por los patricios locales que hoy llamamos héroes y próceres, y de allí en adelante no hemos dado pie con bola, aunque hubo algunos intentos de unión centroamericana, otros de modernización y más de alguno en pos de la reivindicación de los desposeídos y la búsqueda de la justicia y la democracia. Ahora andamos montados en el trencito de la globalización, con la esperanza de que los que van en la locomotora sepan para dónde van.

Descendemos, pues, de una mezcla de razas, culturas y creencias que empezó a darse desde mucho antes de la llegada de los españoles y los africanos, y ha continuado con los asiáticos y europeos que fueron llegando después. Mas de alguno dice que ha sido una mezcla desafortunada, causante de que seamos, en general, feos y genéticamente incapaces de entender y desarrollar las ciencias "duras", como la matemática, todo por culpa de ese extremo mestizaje que ha producido, como dice alguna canción, "indios barbudos, rubias bembonas y negros lacios".

Lo cierto es que nosotros, que nos creemos españoles cuando estamos en Guatemala, mayas cuando vivimos fuera, y que quizá quisiéramos vivir como gringos o como alemanes, a la hora de la hora no encontramos por ningún lado la cacareada identidad nacional, aunque cada vez que salimos del país llevemos en el morralito chapín el disquito de marimba, el telarcito para colgar en la pared, y la ollita de barro con la esperanza de saborear en el exilio unos frijolitos parados tan sabrosos como los que mamá prepara en la olla de presión. Aparentemente la tal identidad sólo existe en los discursos con los que los mercaderes de ilusiones nos endulzan el oído cuando andan en busca de los jugosos salarios y los apetecibles privilegios de algun puesto público.

Privados de identidad, no sabemos si enojarnos con los indios por haberse dejado conquistar, odiar a los españoles por haberlos conquistado, pelearnos con los ingleses por haberle quitado el oro a los españoles, resentirnos con los gringos, los comunistas, los católicos, los evangélicos o cualquier otro grupo que haya tenido algún protagonismo en nuestra historia reciente, o mejor quedarnos sentados, chupando y hablando pajas mientras la historia nos pasa por enfrente. El imperialismo nos agarró haciendo discursos contra la colonia, y la globalización y el TLC nos agarraron haciendo discursos contra el imperialismo. Hay que apurarse para tener listos los discursos contra el TLC cuando nos caiga la siguiente ola histórica, así que ánimo, señores, que los terminos como "la aldea global", "la autopista de la información" y otros por el estilo pronto serán obsoletos, y hay que mantener al día el vocabulario para que el discurso tenga impacto.

Nos convendría conocer la verdadera historia, o inventar una que no nos deje tan mal parados, que le dé una manita a nuestra maltrecha autoestima nacional para ver si logramos avanzar en alguna dirección.

Para empezar, hay que entender que nuestra historia comenzó mucho antes de la llegada de Colón, y que cuando Balboa "descubrió" el Pacifico, los indios tenían mucho rato de estar pescando, bañándose y orinando en ese océano. Dejar de creer que todo lo bueno viene de Europa, y dejar de soñar con la romántica idea de que si los españoles no hubieran llegado, los mayas serían hoy por hoy una nación primermundista, hubieran llegado a la Luna antes que los gringos y los rusos, conocerían la cura del SIDA y estarían alistándose para jugar la final del mundial de fut. Pudo haber sido, pero no fue, entre otras cosas porque las grandes ciudades como Copán y Tikal fueron abandonadas mucho antes de la llegada de los españoles, y de sus habitantes sólo parecen haber quedado esos indígenas maltratados a los que los ladinos desprecian, quizá porque no se parecen mucho a los imponentes y ornamentados mandatarios de las estelas. Y se supone que la historia trata sobre las cosas que fueron y las que son, no sobre las que "pudieron haber sido", aunque por allí han dicho que Dios no puede cambiar la historia, pero los historiadores sí....

Salvo contadísimas excepciones de algunos ilustres ciudadanos que, con alma de bolígrafo, declaran tener sangre azul, nosotros somos mestizos. Una sacudida al árbol genealógico seguramente haría caer gente de todos colores y condiciones, aunque mi bisabuela decía que del de ella sólo caerían italianos, ingleses y prusianos. Mal haríamos en tomar partido y ponernos en contra o a favor de uno u otro grupo de los que conforman nuestras entrañas, porque si el hígado se cree español y se pone en contra del corazón, que se cree maya, de las manos que quisieran ser italianas o de los ojos árabes, terminamos reventados. A fin de cuentas, ¿Qué tiene de malo ser producto de una mezcla, afortunada o no?

Hay que estudiar la historia, pero en busca de las raíces que nos permitan sentirnos parte de un proceso vital, ver el presente y construir el futuro como consecuencias del pasado, y no para decidir a quien odiar o encontrar las excusas que nos permitan seguir viviendo en la mediocridad, la miseria y el desamparo. Necesitamos la historia para encarar el presente y el futuro inteligentemente, no para justificar nuestros vicios. Algo así como cuando uno va manejando, que tiene que ver para atrás por el espejito, pero sólo lo necesario para poder maniobrar con seguridad cuando avanza hacia adelante, que es hacia donde hay que ver a la hora de rebasar el camión.

Si nos llenamos de nostalgia y quisiéramos ver siempre hacia atrás, ya sea para buscar la justificación de nuestros males, odios y resentimientos, o para volver a gozar el pasado ("todo tiempo pasado fue mejor" dijo Jorge Manrique), es mejor que nos pasemos al asiento trasero y dejemos que los otros, los que ven hacia el futuro, manejen.

Saturday, June 10, 2006

De Memorias, Olvidos, e Historias

Guayo VelasquezHace unos días Guayo Velásquez me mandó un fragmento de su libro de memorias: "Las Dos Chocas", que se llama así en alusión a que este año llegó a los 50 abriles, edad a la que se supone que uno ha vivido lo suficiente como para tener algo que contar.

Y me entró la preocupación por dos cosas: Una, que yo también cumplo 50 este año y mis "memorias" siguen siendo una coleccion de historias cada vez más imprecisas que le cuento a mis amigos en La Casa de Campo, rústico bebedero de Tegucigalpa, y dos, que se me están olvidando los detalles, se me empiezan a confundir las cosas y de vez en cuando alguno de los amigos que ha tenido la paciencia de oír la misma historia un montón de veces me corrige: "cuando la contaste hace un mes, vos no eras el malo, como ahora, sino el bueno... pero la historia de hoy estuvo mejor."

Y como la historia reinventada está quedando mejor que la original, he estado pensando seriamente en escribir unas "memorias" más inventadas que reales, algo que de alguna manera retrate más lo que yo puedo imaginar que lo que puedo o pude hacer. ¿O acaso lo que uno ha imaginado y deseado no forma parte de su historia? A fin de cuentas, lo que realmente pasó no siempre depende de uno, son cosas circunstanciales, casualidades, contingencias, deseos ajenos que se cristalizaron en donde uno estaba parado. En cambio, lo que uno imagina, lo que sueña, es propio, lo describe mejor.

Dándole vueltas al asunto, me di cuenta de lo obvio: "memorias" no es lo mismo que "historia". Las memorias es lo que uno recuerda, o cree recordar. Puede coincidir con la historia en todo, en parte o en nada. A la larga no importa, porque las memorias son mucho más que el "conjunto de los acontecimientos ocurridos a alguien a lo largo de su vida o en un período de ella." Yo me acuerdo de cosas que soñé pero que nunca sucedieron, y como son más interesantes que las que sí pasaron, es lo que quisiera contar a mis amigos. Algunas de las cosas que de verdad sucedieron duelen, o dan vergüenza, y es mejor que no se sepan. También me acuerdo de cosas que le pasaron a algún amigo, y como él no se acuerda, esas cosas están de su historia, pero en mi memoria.

Para escribir memorias, entonces, conviene liberarse de la tiranía de la objetividad que, como dijo el Chino Guerrero, no es más que "la ilusión de que se pueden hacer observaciones sin observador". Hay que conservar una cantidad amigable de hechos reales, sólo para que las memorias puedan anclarse en algún punto del espacio-tiempo y hacer contacto con las memorias de otros, con la memoria colectiva.

Y como las memorias no tienen la obligación de ser verdad, las pueden escribir viejitos desmemoriados o más mentirosos que Diego Rivera, de quien Luis Cardoza y Aragón dijo "jamás una verdad ensució su boca", con tal que tengan mucha imaginación y buen estilo. Si alguna de las cosas que le pasó a uno es digna de ser contada, ya habrá otros que la cuenten: hasta los historiadores pueden hacer eso.

Los viejos inventan el pasado como los niños inventan el futuro: sin límites. El privilegio de perder la memoria al envejecer les permite sumergirse libremente en el mar de las cosas que pudieron haber sido, o que fueron para otros, en busca de los recuerdos, propios o ajenos, que darán vida a las memorias.

Por eso, puede ser cierto que Guayo este todavía muy patojo para estos asuntos y que su libro sea prematuro, como se lo ha dicho mas de alguno. Ojalá que nos dure aunque sea otras dos chocas y publique sus olvidos cuando sea viejo. En cuanto a mí, la decisión está tomada: esperaré hasta que se me olvide todo para empezar a escribir mis memorias.