¿A quien se le ocurrió que podría existir semejante monstruo? Mitad hombre, mitad caballo, con el espinazo doblado en angulo recto a la altura de la rabadilla, y con una separacion más o menos clara entre humano y bestia. La parte superior conteniendo el cerebro, el corazon y las manos finas, como para tomar el arpa o las armas; la inferior con el estomago, los intestinos y las patas equinas, para correr y aplastar la yerba.
Ni rastros de un fósil u otra evidencia del hombre-caballo. A cambio del leve problema de no haber existido en el mundo material, el centauro ha ganado la inmortalidad que le confiere su existencia en el mundo de las ideas, y en lo que a él concierne, el Demiurgo puede tomarse el día libre.
Uno supone que la parte humana del centauro iría como capitán de barco, dirigiendo aquel cuerpazo según se lo indicaran el cerebro y el corazón. Pero habría que ver que tan obediente podía ser el cuadrúpedo cuando tenía sus propias motivaciones, quizá alguna joven y hermosa centaura, para seguir un rumbo distinto del que el bueno del humano pretendía imponerle. ¿Qué haria el centauro al llegar a un campo abierto en una noche clara? ¿Contemplar las estrellas como deseaba su parte superior, o correr a campo traviesa como sus patas pedían?
Quizá al pedazo humano le habría gustado "bajarse del caballo" cuando se presentaban estos conflictos. Imposible. Hombre y bestia sólo podían permanecer juntos, en conflicto permanente, o morir los dos al separarse.
Y nosotros no somos demasiado diferentes, aunque no se nos note por fuera. Carne y espíritu en el mismo cuerpo, más o menos dividido a la altura de la rabadilla, o del ombligo.
Más que una criatura, el centauro es una idea que permite describir con precisión la naturaleza humana, con una mitad que aspira a ser como los dioses, y la otra que simplemente se guía por instinto en busca de placeres más terrenos y bestiales (las proporciones pueden variar de persona a persona). Y sólo hay dos opciones: vivir juntos, en conflicto, o separarse y morir los dos.
Y producto de esta contradicción constante es, ni más ni menos, la cultura, que nos hace diferentes tanto de los dioses como de las bestias. Y el arte de vivir consiste precisamente en encontrar el justo medio que nos permite disfrutar del néctar de los dioses y de las animaladas de las bestias sin irnos para un lado o para el otro, sin perder la condición humana que es, justamente, la tensión que se establece entre las dos tendencias. El hombre culto es el que encuentra el justo medio y vive allí. Ni santo ni bestia, nada más hombre.
Yo no sabía esto cuando decía, a los 9 o 10 años, que quería ser "un hombre culto". En ese entonces me parecía que ser "culto" era algo que me permitiría vivir feliz sin tener que hacerme ni sacerdote ni chafarote; la única definición que tenía a la mano era la que nos dijo el profesor Tuc: un hombre culto es el que ha leído El Quijote. Y me lo leí completo, sin entender prácticamente nada, con tal de ganarme la etiqueta.
Y ahora pienso que no andaba equivocado, que todavía quiero ser un hombre culto, ni santo ni bestia, simplemente humano.
Ni rastros de un fósil u otra evidencia del hombre-caballo. A cambio del leve problema de no haber existido en el mundo material, el centauro ha ganado la inmortalidad que le confiere su existencia en el mundo de las ideas, y en lo que a él concierne, el Demiurgo puede tomarse el día libre.
Uno supone que la parte humana del centauro iría como capitán de barco, dirigiendo aquel cuerpazo según se lo indicaran el cerebro y el corazón. Pero habría que ver que tan obediente podía ser el cuadrúpedo cuando tenía sus propias motivaciones, quizá alguna joven y hermosa centaura, para seguir un rumbo distinto del que el bueno del humano pretendía imponerle. ¿Qué haria el centauro al llegar a un campo abierto en una noche clara? ¿Contemplar las estrellas como deseaba su parte superior, o correr a campo traviesa como sus patas pedían?
Quizá al pedazo humano le habría gustado "bajarse del caballo" cuando se presentaban estos conflictos. Imposible. Hombre y bestia sólo podían permanecer juntos, en conflicto permanente, o morir los dos al separarse.
Y nosotros no somos demasiado diferentes, aunque no se nos note por fuera. Carne y espíritu en el mismo cuerpo, más o menos dividido a la altura de la rabadilla, o del ombligo.
Más que una criatura, el centauro es una idea que permite describir con precisión la naturaleza humana, con una mitad que aspira a ser como los dioses, y la otra que simplemente se guía por instinto en busca de placeres más terrenos y bestiales (las proporciones pueden variar de persona a persona). Y sólo hay dos opciones: vivir juntos, en conflicto, o separarse y morir los dos.
Y producto de esta contradicción constante es, ni más ni menos, la cultura, que nos hace diferentes tanto de los dioses como de las bestias. Y el arte de vivir consiste precisamente en encontrar el justo medio que nos permite disfrutar del néctar de los dioses y de las animaladas de las bestias sin irnos para un lado o para el otro, sin perder la condición humana que es, justamente, la tensión que se establece entre las dos tendencias. El hombre culto es el que encuentra el justo medio y vive allí. Ni santo ni bestia, nada más hombre.
Yo no sabía esto cuando decía, a los 9 o 10 años, que quería ser "un hombre culto". En ese entonces me parecía que ser "culto" era algo que me permitiría vivir feliz sin tener que hacerme ni sacerdote ni chafarote; la única definición que tenía a la mano era la que nos dijo el profesor Tuc: un hombre culto es el que ha leído El Quijote. Y me lo leí completo, sin entender prácticamente nada, con tal de ganarme la etiqueta.
Y ahora pienso que no andaba equivocado, que todavía quiero ser un hombre culto, ni santo ni bestia, simplemente humano.