Hace unos días Guayo Velásquez me mandó un fragmento de su libro de memorias: "Las Dos Chocas", que se llama así en alusión a que este año llegó a los 50 abriles, edad a la que se supone que uno ha vivido lo suficiente como para tener algo que contar.
Y me entró la preocupación por dos cosas: Una, que yo también cumplo 50 este año y mis "memorias" siguen siendo una coleccion de historias cada vez más imprecisas que le cuento a mis amigos en La Casa de Campo, rústico bebedero de Tegucigalpa, y dos, que se me están olvidando los detalles, se me empiezan a confundir las cosas y de vez en cuando alguno de los amigos que ha tenido la paciencia de oír la misma historia un montón de veces me corrige: "cuando la contaste hace un mes, vos no eras el malo, como ahora, sino el bueno... pero la historia de hoy estuvo mejor."
Y como la historia reinventada está quedando mejor que la original, he estado pensando seriamente en escribir unas "memorias" más inventadas que reales, algo que de alguna manera retrate más lo que yo puedo imaginar que lo que puedo o pude hacer. ¿O acaso lo que uno ha imaginado y deseado no forma parte de su historia? A fin de cuentas, lo que realmente pasó no siempre depende de uno, son cosas circunstanciales, casualidades, contingencias, deseos ajenos que se cristalizaron en donde uno estaba parado. En cambio, lo que uno imagina, lo que sueña, es propio, lo describe mejor.
Dándole vueltas al asunto, me di cuenta de lo obvio: "memorias" no es lo mismo que "historia". Las memorias es lo que uno recuerda, o cree recordar. Puede coincidir con la historia en todo, en parte o en nada. A la larga no importa, porque las memorias son mucho más que el "conjunto de los acontecimientos ocurridos a alguien a lo largo de su vida o en un período de ella." Yo me acuerdo de cosas que soñé pero que nunca sucedieron, y como son más interesantes que las que sí pasaron, es lo que quisiera contar a mis amigos. Algunas de las cosas que de verdad sucedieron duelen, o dan vergüenza, y es mejor que no se sepan. También me acuerdo de cosas que le pasaron a algún amigo, y como él no se acuerda, esas cosas están de su historia, pero en mi memoria.
Para escribir memorias, entonces, conviene liberarse de la tiranía de la objetividad que, como dijo el Chino Guerrero, no es más que "la ilusión de que se pueden hacer observaciones sin observador". Hay que conservar una cantidad amigable de hechos reales, sólo para que las memorias puedan anclarse en algún punto del espacio-tiempo y hacer contacto con las memorias de otros, con la memoria colectiva.
Y como las memorias no tienen la obligación de ser verdad, las pueden escribir viejitos desmemoriados o más mentirosos que Diego Rivera, de quien Luis Cardoza y Aragón dijo "jamás una verdad ensució su boca", con tal que tengan mucha imaginación y buen estilo. Si alguna de las cosas que le pasó a uno es digna de ser contada, ya habrá otros que la cuenten: hasta los historiadores pueden hacer eso.
Los viejos inventan el pasado como los niños inventan el futuro: sin límites. El privilegio de perder la memoria al envejecer les permite sumergirse libremente en el mar de las cosas que pudieron haber sido, o que fueron para otros, en busca de los recuerdos, propios o ajenos, que darán vida a las memorias.
Por eso, puede ser cierto que Guayo este todavía muy patojo para estos asuntos y que su libro sea prematuro, como se lo ha dicho mas de alguno. Ojalá que nos dure aunque sea otras dos chocas y publique sus olvidos cuando sea viejo. En cuanto a mí, la decisión está tomada: esperaré hasta que se me olvide todo para empezar a escribir mis memorias.
Y me entró la preocupación por dos cosas: Una, que yo también cumplo 50 este año y mis "memorias" siguen siendo una coleccion de historias cada vez más imprecisas que le cuento a mis amigos en La Casa de Campo, rústico bebedero de Tegucigalpa, y dos, que se me están olvidando los detalles, se me empiezan a confundir las cosas y de vez en cuando alguno de los amigos que ha tenido la paciencia de oír la misma historia un montón de veces me corrige: "cuando la contaste hace un mes, vos no eras el malo, como ahora, sino el bueno... pero la historia de hoy estuvo mejor."
Y como la historia reinventada está quedando mejor que la original, he estado pensando seriamente en escribir unas "memorias" más inventadas que reales, algo que de alguna manera retrate más lo que yo puedo imaginar que lo que puedo o pude hacer. ¿O acaso lo que uno ha imaginado y deseado no forma parte de su historia? A fin de cuentas, lo que realmente pasó no siempre depende de uno, son cosas circunstanciales, casualidades, contingencias, deseos ajenos que se cristalizaron en donde uno estaba parado. En cambio, lo que uno imagina, lo que sueña, es propio, lo describe mejor.
Dándole vueltas al asunto, me di cuenta de lo obvio: "memorias" no es lo mismo que "historia". Las memorias es lo que uno recuerda, o cree recordar. Puede coincidir con la historia en todo, en parte o en nada. A la larga no importa, porque las memorias son mucho más que el "conjunto de los acontecimientos ocurridos a alguien a lo largo de su vida o en un período de ella." Yo me acuerdo de cosas que soñé pero que nunca sucedieron, y como son más interesantes que las que sí pasaron, es lo que quisiera contar a mis amigos. Algunas de las cosas que de verdad sucedieron duelen, o dan vergüenza, y es mejor que no se sepan. También me acuerdo de cosas que le pasaron a algún amigo, y como él no se acuerda, esas cosas están de su historia, pero en mi memoria.
Para escribir memorias, entonces, conviene liberarse de la tiranía de la objetividad que, como dijo el Chino Guerrero, no es más que "la ilusión de que se pueden hacer observaciones sin observador". Hay que conservar una cantidad amigable de hechos reales, sólo para que las memorias puedan anclarse en algún punto del espacio-tiempo y hacer contacto con las memorias de otros, con la memoria colectiva.
Y como las memorias no tienen la obligación de ser verdad, las pueden escribir viejitos desmemoriados o más mentirosos que Diego Rivera, de quien Luis Cardoza y Aragón dijo "jamás una verdad ensució su boca", con tal que tengan mucha imaginación y buen estilo. Si alguna de las cosas que le pasó a uno es digna de ser contada, ya habrá otros que la cuenten: hasta los historiadores pueden hacer eso.
Los viejos inventan el pasado como los niños inventan el futuro: sin límites. El privilegio de perder la memoria al envejecer les permite sumergirse libremente en el mar de las cosas que pudieron haber sido, o que fueron para otros, en busca de los recuerdos, propios o ajenos, que darán vida a las memorias.
Por eso, puede ser cierto que Guayo este todavía muy patojo para estos asuntos y que su libro sea prematuro, como se lo ha dicho mas de alguno. Ojalá que nos dure aunque sea otras dos chocas y publique sus olvidos cuando sea viejo. En cuanto a mí, la decisión está tomada: esperaré hasta que se me olvide todo para empezar a escribir mis memorias.
1 comment:
Menos mal que yo no había oído lo de Serrat, porque quizá no hubiera escrito lo mío, o hubiera terminado copiando lo que dijo él. Byron Vargas también me ha hecho notar algunas reflexiones de Mario Benedetti sobre este asunto del olvido:
Talvez también se pueda uno apoyar en Mario Benedetti:
"El olvido no es victoria
sobre el mal ni sobre nada
y si es la forma velada
de burlarse de la historia
para eso esta la memoria
que se abre de par en par
en busca de algún lugar
que devuelva lo perdido
no olvida el que finge olvido
sino el que puede olvidar.
"El Olvido", en Yesterday y mañana, 1988
Debe haber mucha gente que haya pensado cosas importantes y bonitas sobre todo esto, pero es probable que se les haya olvidado...
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